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A las afueras de la ciudad de Medellín, en Colombia, entre quebradas, cantos de pájaros y coloridas fincas productoras de flores, un puñado de artistas ha decidido crear paisajes sonoros a merced de la montaña y la mística de sus bosques.

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Autor : Cristian Herrera

Foto : Rossur


Cuando alguien que no es de Colombia te habla de alguno de los atractivos más conocidos de Medellín, lo más probable es que te mencione a J Balvin, Maluma, el “guaro” (aguardiente), la bandeja paisa, o la Feria de las Flores con su famoso desfile de silleteros.

Los silleteros representan una tradición vigente en Antioquia desde 1957, cuando el primer puñado de campesinos desfiló por la ciudad de Medellín con una silla de madera a sus espaldas, decorada con la variedad de flores más hermosas que brotan a diario de las entrañas montañosas del departamento de Antioquia.

Todo esto ocurre en Santa Elena, uno de los cinco corregimientos de la llamada ‘ciudad de la eterna primavera’. Este se localiza al oriente de Medellín, a una hora. Su paisaje seduce de entrada: un clima tropical húmedo con influencia de montaña, en el que el verdor de sus bosques se armoniza con la neblina mística que arropa quebradas, cantos de pájaros y coloridas fincas silleteras. 

En el corazón de Santa Elena también se encuentra una pequeña comarca en la que las flores y sus follajes se convierten en marcos vivos desde los cuales salen cables de sintetizadores modulares, MPCs, grabadoras de campo y pedales de diferente índole. Una vecindad de duendes y jornalerxs del sonido son los responsables de este entretejido sonoro en este territorio, un grupo de amigxs que entre la profundidad del bosque han decidido explorar abiertamente la música desde su espectro más sensible y humano.

A través de un sendero frondoso custodiado por perritos entre guardianes y juguetones, te vas topando con una serie de cabañas que parecieran sacadas de un típico cuento de los hermanos Grimm: El príncipe encantado, Hansel & Gretel, Caperucita roja, El guardabosques y El Hobbit. Cuatro de estas casitas las habitan Miguel Isaza, Rossana Uribe, Juliana Cuervo y Nicolás Vallejo.

Tal como sucede en Europa durante la temporada invernal, cuando productorxs y músicxs optan por enclaustrarse a crear sónicamente por meses enteros, lxs cuatro residentes de esta comarca coincidieron con una situación similar: una pandemia que se ha prolongado por más de dos años. Como bien la escritora colombiana Piedad Bonnet, la vida es una infinita red de causas y efectos, una sucesión de azares, y el que pareciera un fortuito encuentro de cuatro personalidades totalmente distintas, se materializó en un poder dentro de la montaña que hizo brotar sonidos que ahora arropan a sus habitantes.

Producing Ambient in Santa Elena @ We are Europe
Producing in Santa Elena © Rossur

El primero en asentarse en esta pequeña vecindad fue Miguel. Y es que Santa Elena pareciera estar hecha a la medida para este polifacético artista antioqueño: una tierra sosegada, tranquila, libre de pretensiones, dispuesta a compartir sus frutos con todos y todas. Así es Miguel, un artista que ha preferido obrar desde los territorios no centrales, alejado de un ecosistema cultural electrónico en Medellín que a veces puede concebirse un poco hermético y egocéntrico. 

Si uno busca el nombre de Miguel Isaza, se encuentra con un filósofo que hace música, explora el sonido y escribe; realiza conciertos, talleres y charlas. Si se ahonda un poco más en la búsqueda, habrá una revelación: en el campo de la investigación sónica de Latinoamérica, la obra de Miguel se convierte en un punto de partida ideal para conocer a fondo las caras diversas que han esculpido el sonido en esta región del continente.

Sumergido en las montañas de Medellín, su trabajo transdisciplinar ha venido construyendo una vívida memorabilia de la música ambient y el field recording, grabaciones de campo. Junto a su novia Catalina Vásquez, la ilustradora conocida como Kathiuska, han decidido forjar su creatividad en torno al bosque, transitando con calma por la floresta que los rodea.

Hacia finales de 2021, Miguel decidió lanzar Flor, su más reciente trabajo en largo. Ocho canciones en las que el ambient se entreteje con las grabaciones de campo y vocales propias de Isaza. Según sus propias palabras, “Flor representa una oda a la cordura, de intimidad a intimidad, como un silencio ante otro, para el bosque que somos”. El álbum nació en Momoto, un pequeño estudio que el mismo Miguel fue ensamblando en el pulmón de Santa Elena, y desde donde realiza labores de composición y producción musical, diseño de sonido, mezcla y mastering.

Flor también fue lanzado a través de Éter Ediciones, sello del cual Miguel es cofundador y que ahora timonea su vecina, compinche y gran amiga, Rossana Uribe. Fundado en 2011, a Éter lo definen como un laboratorio de arte y filosofía enfocado en la exploración integrada del sonido, la palabra y la imagen. El sello fue precisamente el punto de encuentro entre Miguel y Ross, como es conocida popularmente. Esta investigadora y artista multimedial, productora y gestora cultural, apasionada por la exploración transdisciplinar de la luz, el sonido y los múltiples lenguajes sinestésicos que nacen de su interacción, trajo consigo una encanto propio a la llamada casita de La abuela. 

Junto a su pareja Valentina, Ross ha sabido transformar frecuencias y ritmos en sanaciones emocionales y físicas: una especie de alquimia contemporánea que se refugia en la sabiduría de la montaña, medicina clariaudiente y telepática que cura a través del sonido.

Y es que la música no es (solo) un placer estético, decía Raimon Panikkar. “Escuchar música significa meditarla. Y meditándola (re)establecemos la comunión con el universo”. Esta pareciera ser la premisa fundamental detrás de Éter, detrás de Miguel y Ross: abrazar la música como un todo, proponiendo en ella puentes e intercambios de saberes, investigaciones y creaciones en red, reflexiones en torno al territorio y la realidad misma. Como bien escribió Miguel en pleno clímax pandémico, “La sonoridad aparece no como mero acompañante de lo real, sino como su más digna ruptura y ruta de escape”.

El sonido y la música como insumo terapéutico, el bosque y la montaña como canal para abrazarse en la oscuridad y ayudarse en la imaginación. Tal vez este fue el llamado que sintió Juliana, la DJ y productora que el circuito electrónico distingue como Julianna.

Alguien que ha trabajado afanosamente por más de una década para que la música electrónica obtenga el reconocimiento que se merece en su natal Medellín. Julianna actualmente forma parte de ECO y Latitudes, dos plataformas que también comparten su espíritu de lucha, y que ponen la lupa sobre diversos temas que parecieran ser ajenos al paisaje electrónico local: violencias de género, herramientas políticas de la fiesta, modelos de autogestión, etc.

A pesar de estar inmersa y activa en estas colectividades, Juliana se vio obligada a atravesar la pandemia soportando una de sus etapas personales más dolorosas. Aun así, se mantuvo firme en abrazar aquella sabia incertidumbre con amor. Fue entonces cuando decidió mudarse a Santa Elena, y así se convirtió en la nueva vecina de Miguel y Ross

Desde ese momento, la mística de esta comarca boscosa y de sus duendes jornalerxs comenzaron a surtir efecto en la artista. Aceptar está bien. Pausar la rutina diaria como terapia y respuesta está bien. El simple hecho de buscar un nuevo refugio ​​en la montaña para entenderse como un ser vulnerable, que prefiere alejarse para sanar los dolores que trae la vida, fue tal vez la enseñanza más grande que trajo consigo este nuevo capítulo para ella. Y es ahí, una vez más, donde aparece la música para levantar y buscar salidas entre marañas sin fin.

Fue entonces cuando Juliana decidió retomar la producción y creación sonora. Esta vez junto a su perrita Cuba, la aventura sónica buscaba navegar la enorme ola de emociones de ese entonces. Las tertulias en el bosque, las comidas donde las abuelas, los silencios divinos junto a Miguel y Kata… todos estos condimentos alimentaron de nuevo el espíritu creativo de Juliana, algo que derivó en un EP colaborativo con uno de los grandes íconos de la producción musical electrónica latinoamericana: Matías Aguayo.

Compuesto por cinco temas, Que si el mundo simboliza una profunda exploración terapéutica del ritmo y el sonido, repleta de fibras tanto personales como colectivas. El ejercicio mágico se dio a través de diálogos a distancia, bandeando melodías y sintes punzantes entre sonrisas y lágrimas. Un trabajo cálido que se labró a partir de rupturas emocionales, pero capaz de liberar el movimiento necesario para afrontar la distopía actual.

Por último, para completar un cuarteto fantasioso tejido alrededor de los sonidos del ambient y la electrónica montañera, Nicolás Vallejo aterriza a comienzos de 2021. Como un lucerito mirando a la nada, este cronista del altiplano llegó a la comarca para terminar de esculpir su piedra más preciada, la producción musical en la que llevaba trabajando años. Evitando el enjambre digital de hoy en día, Nico encuentra en Miguel, Ross y Juli el patrimonio inmaterial que tanto anhelaba. 

Recorriendo las fincas con huertas orgánicas de su vereda, y cuidando de su gato Satanás Pantera, Nicolás se entregó a la voluntad del monte de Santa Elena para cosechar cuidadosamente los frutos de su primer proyecto electrónico en solitario: Ezmeralda. Fantasmas sonoros que se abren paso entre trochas tristes, una especie de ambient campesino que trae de vuelta, a través del canal sonoro, la mística de la Bacatá muisca.

“Aquel que conoce los secretos del sonido descubre el misterio del universo entero”, decía el fundador del sufismo universal, Hazrat Inayat Khan. Y en palabras de Nicolás, tal vez resumiendo el espíritu de esa bella comarca que Miguel, Ross y Juli forjaron a las afueras de Medellín, “Todo lo que necesitas en esta vida es amor, música y un jardín”.

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Sobre el autor

Cristian “Cope” Herrera es un periodista y redactor radicado en Bogotá, Colombia. Formado en la intrépida redacción de VICE Colombia, desarrolló un especial interés por el más amplio espectro de la música y la cultura, especializándose en tres géneros concretos: la música electrónica, el hip hop y el reggaetón.

Desde entonces, su minuciosa redacción ha aterrizado en medios como VICE US, THUMP, Noisey, Resident Advisor, Playground, Revista Arcadia y Shock. Productor encargado de estructurar las historias, personajes y localizaciones de los episodios de Medellín de LOUD: The History of Reggaetón, el podcast original de Spotify.

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