fbpx

Promotores y selectores de ciudades no centrales en Colombia como Mocoa, Pitalito y Pereira, nos cuentan cómo es organizar una fiesta y mantener vivo un colectivo de música electrónica, antes y durante la pandemia, en estos territorios. Pese a tener varios factores en contra, la imaginación y el trabajo colectivo de pocos ayuda a cumplir un mismo sueño: diversificar el circuito sonoro que habitan.

We are europe banner We are europe banner

Autor : Santiago Riomalo Clavijo

Foto : Jose Gómez


Cuando se vive en una ciudad pequeña de Colombia, una llamada puede arruinar la fiesta que se está armando desde hace meses. “El que nos alquiló el sonido me dijo que los equipos venían de otro municipio, y que el carro se había accidentado”, cuenta Juan José Muñoz, aka Moncayo, cofundador del colectivo Sonidos Urgentes Resistentes: S.U.R. “Dijo que estaba a tres horas del lugar del evento, que apenas llegara solucionaba el problema”.

La solución fue conseguir otro sistema de sonido. Pero el colectivo sacó adelante su primera fiesta electrónica en Pitalito, Huila, un departamento al suroccidente del país. 

Esta es una de las tantas variables que deben sortear colectivos gestados en ciudades pequeñas de Colombia si quieren sobrevivir en la maleza de la autogestión. Un país que por factores como el conflicto interno y la desigualdad, acumula a un grueso de la población en Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla, las únicas urbes que, para 2018, sobrepasaban el millón de habitantes. En ese panorama central se mueven Moncayo de Pitalito, Jose Gómez, aka Zemög, de Pereira y José Daniel Muñoz de Mocoa.

Jóvenes que, aunque han tenido que migrar por momentos a una de estas grandes ciudades, se mantienen conectados con el circuito electrónico de la mal llamada ‘periferia’. 

Nishi Cobin @ We are Europe
Nishi Cobin © Juan Camilo Quintero



“Cuando yo vivía en Bogotá, viajaba cada seis meses a Mocoa para apoyar en la producción de los eventos”, cuenta José Daniel Muñoz, instructor de artesanías y cofundador de Nishi Cobin —nombre que le da el pueblo indígena Shipibo-Conibo a la ayahuasca—, un colectivo que nació en 2017 en la capital de Putumayo, departamento en el suroccidente de Colombia pegado al Amazonas.

Como José Daniel, Zemög vivió varios años trabajando en Bogotá, pero durante la pandemia volvió a casa con dos objetivos claros: trabajar en su proyecto musical e con Matteria Collective, la promotora que le está dando un sonido distinto a Pereira, capital de Risaralda y zona clave del Eje Cafetero. 

Detrás de Nishi Cobin, S.U.R. y Matteria Collective hay viejas amistades, familiares y parejas. Vínculos que materializaron las conversaciones acaloradas entre amantes de la música electrónica.

De esos destellos grupales, nacieron estos tres colectivos que, desde el inicio, supieron que nadaban a contracorriente: la falta de venues, equipos, escena masiva y la ausencia estatal ha obligado a que estos colectivos broten desde la autogestión, una que se torna política porque está cultivando escena underground y resistencia en cada territorio.

Los cimientos de la colectividad 



Aunque Mocoa ostente el título de capital departamental, es un pueblo: de acuerdo a las proyecciones del Departamento Administrativo Nacional de Estadística entre 2018-2020, este municipio cuenta con apenas 58.938 habitantes. “Esta escena electrónica apenas se está consolidando porque, además de que acá vive poca gente, en Putumayo no hay universidades. Muchos jóvenes se van a otras ciudades a estudiar y solo vienen en vacaciones a visitar a la familia”, explica José Daniel Muñoz. “Esta dinámica no nos permite hacer más de cuatro eventos al año porque si los organizamos en otra temporada, la asistencia va a ser muy baja”.

Sin embargo, esa diáspora putumayense ha hecho que los jóvenes escuchen sonidos de otras ciudades y vuelvan a Mocoa a replicar eso de afuera que los cautivó. “Acá la escena nació a punta de privados: universitarios que venían sin tener dónde farrear y se inventaban fiestas en fincas a puerta cerrada”, continúa Muñoz. No fue hasta diciembre de 2013 que se hizo el primer evento en Mocoa, “Con flyer, boletería y demás”. Tras el debut estuvo Óscar Bermeo, quien por cuatro años organizó la fiesta en navidad y la bautizó ‘Navidance’.

Para la primera edición, uno de los DJs invitados fue Saúl Solarte, quien más tarde conspiró con los hermanos Fernando y José Daniel Muñoz para cumplir el sueño de tener un colectivo.

Estos tres mocoanos juntaron fuerzas con 5 personas más para hacer su primer evento en diciembre de 2017. El famoso DJ y productor bogotano Julio Victoria, el mismo Saúl y DJs locales fueron testigos del nacimiento de Nishi Cobin y del gran paso que estaba dando, esa noche, la tímida escena electrónica de Putumayo. 

Nishi Cobin @ We are Europe
Nishi Cobin © Juan Camilo Quintero




En esos primeros raves, Moncayo fue invitado a tocar en la mitad de la selva. Hoy el DJ de 21 años, y estudiante de artes visuales en Cali, asegura que su toque en ese evento fue crucial para crear un colectivo como S.U.R. Inició aprendiendo a mezclar entre semana en la discoteca MIND. Luego pudo tocar los viernes, y “Al año siguiente, vino Saúl Solarte, me vio y me invitó a tocar en Mocoa: ahí sentí que quería meterme de lleno en esto”.

Con el tiempo Moncayo y su amigo Juan Manuel, sintieron que en los pocos eventos de electrónica que había en Pitalito, donde viven menos de 140.000 habitantes, solo sonaba techno y tech-house. “Nos preguntábamos: ¿Por qué no traer artistas colombianos que estén explorando otros sonidos?”, cuenta este selector y gestor cultural. “Desde 2019 teníamos claro el encuentro que queríamos organizar, pero nos hacía falta el dinero, hasta que en septiembre de 2021 un amigo nuestro decidió apoyarnos financieramente”

Lamentablemente no ganaron dinero. Pero sin esa mano amiga, Julianna, Retrograde Youth y Amantra—tres DJs que se han ganado un lugar al margen de la industria mainstream electrónica colombiana—, no hubieran podido aterrizar el pasado 7 de enero en la pista de baile de S.U.R, un colectivo que brotó de la inconformidad y la necesidad política de no ser complacientes con la escena electrónica del Huila. 


Ese ha sido el mismo espíritu de Matteria Collective, un parche de Pereira que celebró su tercer aniversario en diciembre de 2021 con un cartel que reunió a Rrose (EEUU) y Shifted (Reino Unido) con selectores del colectivo, entre ellos Zemög. “Nosotros llevamos más de diez años en esto, antes nos llamábamos Technosis. Algunos miembros se salieron y nos quedamos los que queríamos llevar al público a una experiencia diferente”, explica.

Desde entonces, Andrés Gaviria, Juliana Robledo, Kevin Villa, Santiago Urquijo y Zemög organizan raves hasta las 10:00 de la mañana con Kanding Ray, Adriana López, Polygonia, Claudio PRC, Merino, entre otros. Esto ha sido posible gracias a un público que, según Zemög, es “Uno de los más cultos, respetuosos y abiertos del país”. Una escena floreciente, que no parece encajar con el hecho de que allí no viven más de medio millón de personas.  “Hoy en día, en un fin de semana, pueden haber cinco eventos con artistas nacionales e internacionales”, explica Zemög, “Calculen lo importante que es Pereira para la escena electrónica del país. Para mí se codea con Bogotá y Medellín”

El acertijo es encontrar potenciales pistas de baile y sortear problemas técnicos y logísticos. Ahí, estos gestores acuden a la imaginación colectiva para reinventar los espacios y poder seguir pavimentando el circuito sonoro que habitan.

Los talones de Aquiles 


Mocoa y Pitalito no cuentan con ningún club. Los raves son en fincas o lugares alejados de la ciudad. Y aunque en Pereira existe el club Tunnel, “Aquí los lugares siempre han sido el talón de Aquiles. Hay muy pocos espacios para proponer fiestas y siempre que surge un nuevo lugar se acaba al poco tiempo”, cuenta Zemög. “Como colectivo tuvimos un par de clubes, pero se volvió imposible mantenerlos, los impuestos son muy costosos”.

¿La solución? Apropiarse de locaciones al aire libre, pero no siempre es tan fácil. “En Pereira no hay ningún apoyo político por parte de la Alcaldía, la cultura alrededor de la música electrónica no les importa”, afirma el productor. “Si uno no tiene un contacto adentro, no hay manera de sacar un permiso para organizar un evento al aire libre”.

A S.U.R. le pasó igual: ”Quisimos sacar un permiso, pero la Alcaldía nos quería cobrar 3 millones de pesos (700 euros), una cantidad que no teníamos”, explica Moncayo. No les quedó más opción que hacer su primer encuentro clandestinamente en una finca a las afueras de Pitalito. “Nos salvó que el dueño del lugar tenía unos contactos en la Policía y nunca llegaron a molestar”.

Sin permisos ni contactos en los cargos públicos, hay chance de que la Policía cierre la fiesta. Pero en zonas como Pereira, hay otro tipo de visitas. “Acá siempre ha existido algo que llamamos La Oficina, grupos al margen de la ley que piden una vacuna (cuota ilegal) cuando se hacen eventos”, cuenta Zemög. “Si llegan, toca darles algo de plata y dejarlos entrar a la fiesta”. Frente a estas dinámicas, comunes en varias zonas del país, es poco lo que un colectivo puede hacer.

Korridor Live @ We are Europe
Korridor Live © Matteria



Aparte de la falta de apoyo estatal, presencia de estructuras criminales, e incluso las dificultades causadas por el covid, hay otros factores que hacen de cada fiesta una proeza. “Tocaba traer a Julianna y a Retrograde Youth de Medellín, pero no hay vuelos directos a Pitalito, entonces tocó que llegaran a Bogotá, se quedaran una noche y al día siguiente volaran a Neiva para recogerlos allá”, explica. Esa logística encareció la fiesta, pero S.U.R. no escatimó y convocó alrededor de 150 personas en una finca a las afueras de Pitalito.

El colectivo mocoano también ha tenido que batallar contra varios imprevistos, como la falta de equipos: Saúl y mi hermano compraron una unidad, pero nos toca traer otra desde Pitalito, la misma máquina con la que ha tocado Moncayo, afirma Muñoz. “Es bien estresante porque toca ver quién la recoge y quién la devuelve”. Esto ha tejido un vínculo entre los colectivos y las escenas autogestionadas de ambos municipios, pero esa precariedad ha dificultado, en algunas ocasiones, llevar el rave a la selva. “Para la fiesta con Julio Victoria, alquilamos una planta eléctrica que justo cuando él estaba tocando, se apagó”, cuenta Muñoz entre risas. A oscuras, tuvieron que revivirla y solo hasta ese momento les volvió el alma al cuerpo. ‘Gajes del oficio’, dirían los tres colectivos. 

Pandemia, presente y futuro

El mundo se equivocó al pensar que la pandemia nos volvería una mejor sociedad. Sin embargo, para Moncayo no todo fue malo. “La industria de la música fue de las más afectadas con la pandemia, pero en Pitalito ayudó a renovar la escena electrónica, ahorita hay más parches queriendo organizar eventos”, cuenta Moncayo. Luego del encierro, salieron impulsados a hacer la fiesta de sus sueños. 


El cofundador de Nishi Cobin no piensa igual: “Como colectivo no hubo nada positivo porque veníamos organizando fiestas juiciosamente y ya estaban viniendo personas de otros municipios y departamentos”, explica con nostalgia, pero reconoce que surgieron nuevos colectivos y artistas. La tímida escena de Putumayo se nutrió, ante un virus que amenazó con oscurecerlo todo. Zemög, en cambio, es tajante en su opinión: “Yo no le veo nada positivo a la pandemia, lo único bueno es que Matteria sobrevivió y seguimos firmes”.

Para algunos sirvió de empujón, para otros, fue un paréntesis duro de roer. Sin embargo, en sus palabras, la pandemia se lee como un asunto del pasado que no logró truncar las ideas a futuro de estos colectivos. “Con Saúl y mi hermano, vamos a montar una especie de bar de escucha, donde la gente pueda venir a oír música diferente”, cuenta Muñoz. “Y estamos planeando grabar sets en la selva con DJs locales para subirlos a internet y recaudar fondos para reforestar la Amazonía y ayudar a salvar el jaguar”, afirma.

Nishi Cobin @ We are Europe
Nishi Cobin © Juan Camilo Quintero




Para Matteria Collective, el futuro cercano debe apostar a más fiestas al aire libre que brinden una experiencia diferente. Zemög, además, busca abrirle espacio al ambient. “Eso no se escucha acá. Yo llevo algunos años indagándolo y he podido publicar sets en otros países, eso ha hecho que me pongan un poco de atención”, cuenta. 

“Para los próximos encuentros, vamos a hacer una franja académica con talleres y charlas alrededor de la música electrónica, no queremos que esto se quede en una noche de fiesta sino que genere preguntas en la gente”, explica Moncayo, “Y también estamos hablando con otros colectivos del Huila para hacer eventos en conjunto y diversificar nuestro departamento”.

Sabiendo que muchas veces todo está en contra, estos proyectos brotan de un genuino interés por gestar escena en sus municipios. En un país profundamente desigual, donde manda el abandono estatal para la cultura, incluso en pandemia, estos colectivos se vuelven un muro de contención que, con cada evento, demuestran la importancia de la juntanza alrededor de la música. Sin esto, la electrónica no hubiera podido desafiar las probabilidades en ciudades pequeñas.

Sobre la autora

Periodista e investigador cultural de Bogotá. Aunque estudió radio, se ha desempeñado en prensa y televisión. Actualmente es libretista del magazín cultural de Canal Trece, investigador de documentales musicales y vocalista de Yo No La Tengo. Ha colaborado para medios como VICE, Noisey, Bacánika, Shock y Pacifista. 

Share this content